LEYENDAS DE LA LOCALIDAD
Chimbote, tierra de historia, mar y tradición, no solo es conocida por su bahía, su riqueza pesquera y su espíritu emprendedor, sino también por el legado de leyendas que han perdurado a través del tiempo. Cada rincón de la ciudad esconde relatos que entrelazan la realidad y la fantasía, transmitidos de generación en generación por pescadores, abuelos y habitantes que mantienen viva la memoria colectiva.
Desde misteriosas apariciones en alta mar hasta historias de personajes inolvidables y sucesos inexplicables, las leyendas de Chimbote reflejan la identidad, el sentir y la cosmovisión de su gente. Son relatos que invitan a descubrir un pasado lleno de misticismo y cultura, donde la tradición oral ha sido clave para preservar la esencia de la ciudad.

EL AHOGADO
Entre las muchas historias que se cuentan en Chimbote, la leyenda de “El Ahogado” es una de las más recordadas por los pescadores y pobladores cercanos al mar. Se dice que, en las noches de neblina, cuando la marea está alta y el viento sopla fuerte, algunos marineros han visto la figura de un hombre caminando sobre las olas, con la ropa empapada y la mirada perdida, como buscando un camino de regreso.
La historia cuenta que hace varias décadas, un joven pescador llamado Manuel salió a faenar mar adentro, pero una tormenta inesperada hizo naufragar su bote. Desde entonces, su cuerpo nunca fue encontrado, y los ancianos del puerto aseguran que su espíritu vaga por la bahía, buscando eternamente llegar a la orilla.
Quienes lo han visto dicen que “El Ahogado” aparece cerca de los muelles y, cuando alguien intenta acercarse, se desvanece entre la bruma. Los más supersticiosos creen que su presencia es un aviso de peligro, una advertencia para los pescadores que desafían al mar sin tomar precauciones. Otros, en cambio, afirman que su alma solo busca descansar en paz.
Así, esta leyenda se ha convertido en parte del imaginario de Chimbote, recordando a todos el poder del océano y la fragilidad de la vida en el mar. Es un relato que ha pasado de generación en generación y que, aún hoy, se sigue contando en reuniones familiares y noches de pesca.


ACUCCE PESKAC
Los antiguos indígenas cuentan que Acucce Peskac fue el primer navegante y pescador en Chimbote. Llegó por los pedregales del sur acompañado de Shumaq Qoillur, hija de un noble consanguíneo del Inca, a quien había raptado para hacerla su compañera. En una época en la que nadie se atrevía a vivir cerca de la bahía, ellos construyeron una choza de totora y junco, iniciando una nueva forma de vida basada en la pesca.
Acucce elaboraba redes y utilizaba cestas de junco como señuelos para atraer peces, mientras que Shumaq tejía finas mallas. Pronto, comenzaron a intercambiar pescado seco y ahumado con tribus vecinas, lo que marcó el inicio del trueque entre pescadores y agricultores. Su estilo de vida atrajo a otros pobladores, y poco a poco se formó la primera aldea pesquera de Chimbote, conocida como la Aldea de los Pescadores Rebeldes.
Con el tiempo, Acucce perfeccionó la pesca construyendo los primeros caballitos de totora, que permitían llegar a zonas más profundas. Gracias a esto, la comunidad creció y prosperó. Sin embargo, un día, Acucce, Shumaq Qoillur y su choza desaparecieron misteriosamente, dejando tras de sí un legado que marcaría para siempre la historia de los primeros pobladores de la bahía.
EL FANTASMA DE LA CAPA NEGRA
En 1944, Chimbote era aún una joven ciudad industrial, con pocas viviendas, tierras áridas y un puerto silencioso. Su historia recién comenzaba y se tejía entre anécdotas y relatos fantasmales transmitidos por la voz popular. Era finales de octubre, al amanecer de un domingo, cuando dos hermanos caminaban por la vía férrea tras una larga noche de fiesta. El olor a alcohol y cigarrillos aún los acompañaba cuando, de pronto, distinguieron a lo lejos una figura tétrica y antropomorfa: un hombre alto, de capa negra, realizando un extraño ritual en el Cerro de la Cruz Dos de Mayo (hoy reservorio de agua potable).
Asustados, los hermanos se ocultaron entre unos matorrales para observar. El misterioso encapuchado, de gran porte y aspecto robusto, saltaba con movimientos ondulantes y frenéticos. Lo más perturbador era que, a pesar de sus saltos, sus pies nunca llegaron a tocar el suelo: “parecía flotar”, aseguraron después.
El espeluznante espectáculo continuó hasta que los primeros rayos del alba iluminaron el cerro. Fue entonces cuando la figura se desvaneció entre la polvareda y la penumbra, dejando solo el recuerdo de su capa negra ondeando en la madrugada.
Al amanecer, los hermanos contaron lo sucedido a las lecheras que transitaban diariamente por la zona. Sin embargo, ninguna pudo confirmar haber visto jamás a un hombre de capa negra en aquel lugar, pese a pasar por allí todos los días y a la misma hora. Hasta hoy, la aparición sigue siendo un misterio.
